domingo, 27 de septiembre de 2020

25/09/2020 No quiero ese final

     25 de Septiembre de 2020.


    Ya son las 12 y media. Me rugen las tripas. Llevo aquí más de 3 horas y no aparece nadie. Menos mal que no llueve.

    Los de los PCR debían haber llegado a las 9. Nos tienen esperando en el parking de superficie, junto a la entrada principal. Aquí hay gente del turno de noche que debieron volver a casa a las 8, cuando finalizaron su jornada, y están aguantando el tipo como unos campeones. O los que están librando y han venido a hacerse los tests. Y no todo el mundo tiene la suerte que tengo yo de vivir en la localidad que trabaja. Me tocaba descanso, pero me he acercado tras dejar a los niños en el colegio, y aquí sigo. Aquí seguimos todos. Claudia no deja de bostezar, y de restegrarse los ojos, y rascarse la mascarilla, mientras habla, cada vez menos, con María Belén. Las dos han trabajado mientras todos los demás dormíamos. Mar, la recepcionista de tarde, empieza a plantearse ir al bar de enfrente a coger un bocadillo, y ya no pasar por casa a comer. La oigo preguntarle a una supervisora si le dan permiso, excepcionalmente, para cumplir su jornada con la ropa de calle. La jodía Carmen se ha limitado a sonreirla de medio lado, y a negar con la cabeza. No alcanzo a oir su respuesta, pero si la leve carcajada con al que se gira y se va... Una de las chicas de la limpieza está medio histérica. Sé que acude a domicilios a sacarse un sobresueldo, con lo que ahora mismo está perdiendo ya no solo el tiempo, sino también dinero. Ha entrado 6 o 7 veces a preguntar a recepción, aborda a cualquier técnico que sale a tomar el aire... Hay al menos 5 o 6 pequeños grupos de trabajadores de todo tipo charlando entre ellos. Mejor no hablamos de distancias, o donde llevan las mascarillas... Parece mentira que hayan pasado por lo que han pasado...


    Tuvimos suerte, o éso nos dijeron... Apenas perdimos 50 residentes durante el confinamiento. En la residencia que trabaja mi marido, por ejemplo, cayeron más de cien. No sé que cifras manejan los noticiarios, o cuales son declarados fallecidos por una u otra causa. Sólo sé que los números no me cuadran los coja por donde los coja. Los de mi trabajo, los del de mi chico, los de otras donde están empleadas otras auxiliares... Y como en todas partes haya sido así, no me salen ni la mitad de los que dicen en la tele.


    La directora se digna a asomar la cara. Es una mujer de unos 50, Paula, a la que han traido a sanear todo ésto tras la crisis, a tratar de captar clientes (pues entre los que fallecieron y los que se han ido, nos hemos quedado a las tres cuartas partes, cuando siempre ha habido lista de espera), a reducir personal (como siempre que bajamos cifras), y creo que a putear un poco a Carmen, la subdirectora. En ese aspecto no voy a quejarme. Pero me da que ésta no va a durar mucho, es un poco torpe, y no sabe ni por donde coger la segunda ola de la pandemia... Ya es la quinta persona que pasa por el cargo desde que estoy aquí, y creo que aún veré desfilar a no pocos más. Se dirige a todos, pide atención, y trata de vocalizar exageradamente para que le entendamos bien con la mascarilla. Parece una profesora de infantil dirigiéndose a los alumnos. Parece ser que ha habido un error por parte de la empresa que debía venir. Se disculpa, nos indica la nueva fecha, lamenta los inconvenientes y todo ese rollo. Empiezan los murmullos. Alguien pregunta que qué pasa con esas horas. Se disculpa de nuevo y se vuelve al interior del recinto.


    La gente no tarda mucho en irse. Son unos chapuceros, para todo. Y éso que esta residencia es de las de 2500 eurazos al mes de base. Súmale luego peluquería, manicura, o cualquier tipo de extra que se te ocurra. Está en el top-5 de las mejores del país, con centros por toda la geografía. Una multinacional, vamos, para que las personas son solo cifras. A la hora de poner la mano son unos besaculos de primera. A la hora de cumplir con trabajadores o residentes... Alucinaríais. Y ésta, en la que estoy empleada, está en la zona noroeste de Madrid, con lo que encima hay que aguantar cada familiar con estúpidas exigencias e indignación por bandera, con amigos poderosos y mucho dinero y conocimiento (pero que no dudan en encerrar a sus mayores en estas cárceles para la tercera edad). Tenemos mucha zona verde alrededor, y el beneplácito del ayuntamiento para muchas situaciones, cuanto menos, comprometidas. Solo comentar que todo éso que sale en la tele de cadáveres en habitaciones, sobrecobros, mala alimentación, errores en medicación, y otras muchas cosas más, son ciertas. No digo que las autoridades lo supieran todo. Pero, ciertamente, es como lo que decía Rutger Hauer en Bade Runner, "He visto cosas que vosotros no creeríais"...


    Ya en casa se lo cuento a mi marido, y me anima, por enésima vez a volcar toda esa rabia e indignación en alguna parte, a contar lo que pasa, a explicar por qué las cosas no salen de ahí, a buscar una manera de sacar la mierda a flote, y que, al menos, huela. Lo crean o no.


    Y aquí me teneis, con un cuaderno al lado para ir anotando los nombres falsos a los que voy a ir asignando cada persona real, para recordarme cambiar quizás alguna fecha para evitar que se asocie con mis turnos, para ir recordando y montando el puzzle de imágenes que me bullen en la cabeza.


    Para contar qué me pasó en la residencia durante el confinamiento por el COVID. 


    Para contar por qué me reafirmo cada día que vuelvo a casa del rabajo en mi decisión de, en la medida de lo posible, tratar de evitar a toda costa acabar mis días en una de ellas, en cualquiera, en la mejor. No quiero ese final.


    Si supieran lo que pasa, nadie lo querría.