11 de Agosto de 2020
Siempre defenderé la labor del equipo de auxiliares, así como de las enfermeras. La inmensa mayoría trabajan con una enorme profesionalidad, pese a las condiciones, aparte de económicamente ridículas, sanitariamente deficientes, sobre todo en el inicio de la pandemia. Somos una piña que nos apoyamos en lo que podemos, pues sabemos que desde arriba poco mirarán lo asfixiados que pudiéramos estar, y que si no se saca la tarea, los que sufren, en el fondo, son los abuelos. No puedo hablar tan bien de otros profesionales con cargos "superiores". Los hay maravillosos, entregados..., pero en este caso la proporción baja hasta la mitad, más o menos... Con ello, y como pasa en todas partes, no quiero decir que no tuviéramos excepciones. No ha dejado de pasar gente que duraba meses, semanas, días... y no por la dureza de la labor, sino en muchas ocasiones por pura inutilidad, o malas artes o pensamientos, por decirlo de una manera suave.
Hoy han despedido a una auxiliar de este último grupo, a Rossi.
Grande y corpulenta, su físico intimidante no resultó ser su peor faceta. Empezó con nosotros allá por febrero, y ya desde el principio las compañeras adivinábamos que causaría problemas, pues cuestionaba todas y cada una de las tareas que se le encomendaban, y pedía explicaciones de por qué debía realizarlas, llegando a solicitar por escrito un listado de las mismas. Todos teníamos claro hasta donde llegaba nuestro cometido, y nadie exigía a nadie nada más allá de lo normal (hablamos de antes del COVID). Pero tenía línea directa con el sindicato, como solía afirmar, y mientras le respondían si lo que fuera era competencia suya (que siempre lo era, bendita paciencia al otro lado del teléfono), le daba igual lo que quedara pendiente, o que residente y en que situación debieran esperar a que ella obtuviera su visto bueno. No era buena profesional. No era buena compañera.
Su enemistad con Carmen, la subdirectora, se convirtió en una película que los demás veíamos desde la barrera. En cualquier otra situación, imagino que llevando tan poco tiempo la hubieran despedido. Pero el miedo al virus empezaba a respirarse en el aire. Era la primera semana de marzo, y ya había gente de baja por enfermedad, o por temor a la misma. Aún no se hacían pruebas, y cualquier tos o malestar te mandaba a casa. Aún quedaba lejos la tormenta, pero el personal empezaba a escasear. A Rossi no la despidieron, pero Carmen "sugería" a su coordinadora qué trabajos y turnos podría realizar. Y no solían ser los mejores. Ella, vía consultas sindicales, le hacía la vida imposible poniendo trabas a los encargos, mágicas citas médicas que aparecían (no pocas veces alguien la veía comprando en el super) aún a costa de días libres de otros compañeros; se iba a su hora, que bien es cierto que no es criticable, mas sí que dejara a los ancianos de cualquier modo, vestidos o no, a mitad de comida, o sentados en un pasillo cuando finalizaba su jornada, y sin avisar al turno entrante. Ya la conocíamos, y cuando se aproximaba el momento, solía haber alguien cerca. En más de una ocasión Carmen le recriminaba su actitud, incluso delante de otros compañeros. Ella sonreía, y, cuando se hubo ido la subdirectora, murmuraba "ésta me la pagas"...
A mediados de marzo, el 14, su último día, empezó el turno bastante más sonriente de lo normal. Tras el pertinente encontronazo con la subdirectora porque "nadie podía obligarla a llevar mascarilla", desarrolló su jornada pregonando a los cuatro vientos que "hoy ésta se caga". No tenía buen aspecto, mirada algo caída, ligera tos, y se sentía cansada. Pero sonreía. Atendió a los ancianos, aseó a quien le correspondía, dio comidas... La rutina habitual. Pero una hora antes de finalizar su turno dijo no encontrarse bien y solicitó marcharse. La baja que presentó por fax estaba fechada dos días antes, y figuraba muy clara la causa: "posible COVID". Había ido a trabajar siendo consciente del riesgo y sin avisar a nadie. Carmen apostaba por denunciarla, Julia (la directora) le pedía calma y que, de momento, se centraran en esta crisis que todos atravesábamos, y ya luego se vería...
Rossi no se fue ilesa. Efectivamente, dejó de ser "posible". Diagnóstico COVID. Y estuvo ingresada en la UCI casi dos meses.
Toda el ala en la que estuvo trabajando ese último día, sin excepción, resultaron contagiados. Alguno falleció.
Han pasado meses. Hoy ha vuelto Rossi, con el alta y un abogado, a sabiendas de lo que le esperaba. Ninguna compañera le ha saludado ni preguntado por su salud. Los gritos de Carmen desde el despacho de la directora se han oído hasta en el exterior. Al rato ha salido Rossi, como siempre sonriente.
"Me han despedido por no avisar de mi enfermedad", dice, "pero no pueden probar nada más". ¿Sería una confesión velada?
Efectivamente, la PCR se la hicieron en el hospital, cuando ingresó, en torno a una semana después de dejar de venir al centro. Antes de eso todo era aire, dudas... Ella decía que se contagió en la residencia. Y tampoco nadie pudiera haber dicho que era falso. Lo único seguro es que fue a trabajar enferma, pero no si ella fue o no el foco de contagio de su ala.
Muchos siguen pensando que esa actitud es denunciable. Alguno le ha deseado un mal mayor. Pero no sé si priorizará la imagen del centro, el daño que pudiera hacer que se supieran los contagios que pudieron nacer en esa auxiliar, fuera o no la causante. O quizás realmente no se lo pegó a nadie y todo vino por otro lado. Eran días difíciles, nadie podía asegurar nada.
Al final, solo ha sido una trabajadora más que no valía para el puesto. Y una historia que, para el mundo, no sucedió.
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