Lucio. Pedro. Joaquín. Hortensia.
Los cuatro llegaron juntos, a mediados de Abril, cuando ya estábamos logrando recuperar una normalidad relativa. Fueron traslados impuestos por la Comunidad de Madrid. Venían de un hospital saturado, y todos tenían en común que estaban enfermos de COVID, y la soledad y el abandono.
A Lucio le recogieron en un parque. Es un alcohólico de libro, con su pelo largo alborotado, nariz y pómulos rojos, y aspecto de tener muchos más años de los 63 que indicaba su ficha. Parece ser que algún vecino lo vio desde su terraza. Se había tirado lo que llevábamos de confinamiento ocultándose de la autoridad. No quería ir a ninguna pensión, hostal, estadio, o lo que fuera. Su mundo era la calle, como decía. Y sabía donde buscar para tener líquido que le calentara las entrañas todos los días. Cuando la policía acudió a desalojarle, estaba inconsciente. Se lo llevaron a dormir la mona al calabozo. Y de ahí al hospital. Estuvo un par de semanas en planta, y como su estado no empeoraba, nos lo derivaron. Residencias medicalizadas, decían. Si llega a empeorar no lo cuenta. Ni teníamos medios, ni venían las ambulancias. ¿Lo habrían mandado a morir aquí?. No lo hizo, venció a la enfermedad. Pero, como todos los casos de ancianos recogidos de la calle, el protocolo indicaba que tenía que pasar a módulo psiquiátrico. Nadie ha venido nunca a visitarle. Le quitaron la calle, su mundo. Encerrado, solo, un alma rota marchitándose cada día más.
Pedro fue arrollado en un paso de peatones. Autor desconocido. Estuvo en coma, y cuando despertó llevaba el virus dentro. Eran los días del caos, con EPIs insuficientes. Debió ser alguien del hospital. Es el más joven de todos, no creo ni que tenga 50. Vino a la capital a comerse el mundo, y la ciudad le devoró a él. A sus años, la vida de mensajero suena a dura y complicada. Tiene rotas las piernas por no se cuantos sitios, un brazo, y varias costillas. No se levanta de la cama para nada. Localizaron a un conocido suyo a través de una tarjeta de una pensión que llevaba encima, que le llamó a los pocos días de llegar a la residencia. Sus huesos sanarán, e imagino que le permitirán salir del módulo, que le dejaran irse del centro. Pero de momento ahí sigue, oyendo delirios y gritos a su alrededor, mientras ve el mundo a través de los barrotes de la ventana, sin que suene el teléfono de la habitación.
Joaquín es el que peor estaba. De hecho, no dejó nunca de estar mal. Se moría, y nadie venía por él. Aguantó, nadie sabe bien cómo, y un buen día las ambulancias volvieron a acudir a nuestras llamadas. Es el único que volvió al hospital, aunque jamás salió de allí. Un mes después de comunicarnos su fallecimiento, nos han llamado por si teníamos posibilidad de localizar a algún familiar o conocido. Nadie había reclamado el cuerpo, y de seguir así la situación, sería donado a la ciencia. Creo que al final ese será su destino.
Hortensia está a punto de cumplir cien años. Vivía con una vecina en un barrio muy humilde, contribuyendo con la totalidad de su pensión a cambio de techo y cuidados. Si venía cargada de virus, nadie lo notaba. Tenía los achaques propios de su edad, pero era casi independiente. Esa era su maldición. Perdió hacía años a su marido en un accidente de tráfico, y un cáncer se llevó a su hija mayor, y el COVID al menor. Tenía un par de nietos: uno drogodependiente que se arrastraba de poblado en poblado, y estaba en busca y captura; y el otro internado en un centro de salud mental de una localidad lejana, parece ser que no era consciente de nada de lo que ocurría a su alrededor. Su vecina, en su ausencia, y pensando que a sus años no superaría la enfermedad, acogió a un hermano y su familia, que no podían pagar el alquiler porque habían perdido sus puestos de trabajo. Cuando fue su cumpleaños, no dejaba de llorar. "¿Por qué no me muero? ¿Por qué? Me lo han quitado todo, a mi marido, a mis hijos... No tengo ni donde ir, y aquí me encerráis con los locos... ¿Por qué no me ayudáis de verdad y me pincháis algo? ¡Ojalá tuviera valor para irme, para matarme!"
Lucio. Pedro. Joaquín. Hortensia.
Los cuatro llegaron juntos, a mediados de Abril, cuando ya estábamos logrando recuperar una normalidad relativa.
No tuvieron la culpa, pero tras su llegada hubo un rebrote serio. Mucho personal y residentes enfermaron.
Fueron traslados impuestos por la Comunidad de Madrid.
Venían de un hospital saturado, y todos tenían en común que estaban enfermos de COVID.
Y la soledad y el abandono.
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