miércoles, 13 de enero de 2021

31-12-2020 ¿Dejamos lo malo atrás?

 Esta noche es Nochevieja. Como imaginaba, nadie ha avisado al último turno para que venga antes, y todos los de la tarde tienen permiso para irse a las 21. Da igual que en Nochebuena solo quedara una persona para defender el fuerte, que, además, se encontraba con las puertas abiertas al exterior de par en par. Y así siguen. Mantenimiento ha hecho lo que ha podido, pero llamar estos días a la empresa encargada supondría un gasto extra, una nota negativa a pocas jornadas del cierre económico (que me imagino no será bueno, como para casi nadie). Paula, la directora, lo tiene en su agenda para "la semana que viene". Aparte de desaparecer cuando hay problemas, y despedir gente, lo que mejor se le da es el ahorro. En pleno invierno, y para que los residentes, que deben pasar estas noches tan especiales alejados de sus seres queridos, tengan otro motivo de amargura, ha decidido programar las temperaturas de toda la climatización del edificio. A las 20:00 muchos auxiliares se ponen chaquetas, y éso que no paran de moverse. Imaginad los abuelos en sus habitaciones.

La tarde se divide en dos grandes partes. Desde que entro a las 15:00, y hasta las 19:00 más o menos, es un contínuo ir y venir de gente. Ahora las familias pueden llevarse a quien quieran, sean o no portadores de anticuerpos. Paula dice que es cambio de normativa de la Comunidad de Madrid. Yo ya no sé qué pensar, pero nos han convertido en un coladero. Se los llevan a dar un paseo, a tomar un café, a ver a los nietos... Da igual... Ésto es la jungla. 

El hijo de Vicente montó en cólera en mayo cuando la Comunidad de Madrid trasladó forzosamente a positivos de Covid desde hospitales saturados. Logró que la noticia fuera localmente viral en redes sociales, e incluso que saliera unos minutos en un Madrid Directo. Cuando acabó el confinamiento y recuperamos esa relativa normalidad, fue uno de los más críticos con la reapertura del Centro de Día. Y ahí le tienes, con la mascarilla a media asta, y trayendo de vuelta a Vicente de tomarse un chocolate con churros en una cafetería del pueblo.

La hija de Teodora sacó a su madre de la residencia a primeros de abril. No le parecía un sitio seguro, y, pese a las advertencias que se le dieron sobre la complejidad de hacerse cargo de ella, pues es una gran dependiente y muy corpulenta, optó por tratar de cuidar a su madre con la ayuda de un par de hijos adolescentes que tiene. La pobre abuela se fue llorando de felicidad, pues no soportaba el encierro en la habitación, sin interactuar con nadie. Se despidió con cariño deseándonos suerte. La primera noche en casa se cayó y se rompió un brazo, pero al centro no podía volver porque no admitíamos ingresos. No podía entrar nadie nuevo dada la situación de emergencia. Se las ingenió para hospitalizarla, y que desde allí la derivaran de nuevo a la residencia. La finalización de contrato no estaba firmada, y le dieron igual los protocolos. Guerra dialéctica que sirvió de poco, y Teodora volvió a su celda a seguir contando los segundos en soledad. Esta tarde la han vuelto a traer tras unos días en familia, viendo primos, hermanos, e incluso algún vecino. Ella misma nos lo contaba. ¿Quién ha hablado de burbuja o limitar contactos?. Hasta han contratado una chica para hacerse cargo de la anciana para estas jornadas, que también ha venido a traer a la abuela. Ahora todo parece seguro, todo es muy normal.

A Amelia han venido a cantarle villancicos sus nietos. Los cinco. Tres de su hijo y dos de su hija. 9 familiares en total. Cierto que no lo han hecho en el interior del edificio, sino en los jardines. A la residencia solo han pasado a despedirse de ella y colmarla de besos. Ocupaban casi todo el espacio de la recepción. Los auxiliares tenían que pedir permiso para pasar. A Juan Antonio le han traído un traje nuevo, y un roscón que, amablemente, han partido y dejado en una mesa para que coja quien quiera. Cuando la doctora Carla lo ha retirado por seguridad, faltaban casi tres cuartas partes.

Aquí vale todo. Las quejas del personal caen en saco roto. A las familias no se les recuerda el protocolo, ni se les reprocha su actitud. Y, previsible, Paula se fue a las 14, al igual que todo el personal técnico. Sólo se ha quedado la doctora Carla, que, otra vez, se tira demasiado tiempo corrigiendo a la gente pues es la única persona que parece causar respeto. Afortunadamente no todo el mundo es así, hay muchas familias que hacen las cosas bien. Pero son cada vez menos.

A partir de las 19 los visitantes se convierten en anecdóticos. Como en Nochebuena, a las 21 todos los residentes están cenados y acostados. Y los trabajadores, con permiso, empiezan a irse. Esta vez no estará solo la enfermera de guardia sola. Carla, Concepción (otra auxiliar) y yo nos quedamos voluntariamente por si algo ocurriera. Las tres vivimos en esta misma localidad, y ninguna va a ir a tomar las uvas por ahí. Este año toca en casita. No nos lo ha pedido la supervisora. Ni la directora. Nadie de la empresa. Es solo que a nosotras sí nos preocupa que pueda pasar algún imprevisto. Y la puerta, que sigue abierta. 

Llega el turno de noche. Nos deseamos feliz año nuevo, y volvemos a casa.

Hasta mañana. 2021. Que, con suerte, al menos al principio, será igual.

Porque nada indica que vaya a ir mejor.


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