24 de Diciembre de 2020
La puerta de acceso a la residencia está estropeada de nuevo. Lleva así tres o cuatro días. No se abre desde recepción cuando alguien llama, y toca salir todas y cada una de las veces. Y, aún así, muchas veces se atasca. Han ordenado a los de mantenimiento que inutilicen la apertura electrónica. Ahora podrá entrar y salir quien le dé la gana, y cuando le plazca. Aunque ésto no es nuevo. Creo que ha estado más días averiada, con uno u otro problema, que funcionando con normalidad.
Mi turno en Nochebuena es de tarde. Me han dado permiso para irme una hora antes, y así llegar a tiempo a cenar con la familia. Para más de un auxiliar es de gran importancia, ya que el transporte público también altera sus horarios en estas fechas. Entro a las 15 horas, y ya no queda nadie al mando. La directora, Paula, se ha ido a las 14. Hoy al menos se ha dignado en venir. Llevábamos casi una semana sin verla el pelo. Algunos rumoreaban que quizás hubiera pillado el virus. Pero parece ser que no. Sencillamente tendría cosas más importantes que hacer que atender la avalancha de familiares y visitas de este periodo navideño. Cada día que pasa me parece más inútil. Hasta el personal más cualificado parece haber bajado rendimiento. En algunos casos, porque se han hartado de resolver situaciones que no son de su competencia sin una simple palmadita en la espalda. Es más, si la decisión no era la correcta, se llevaban una buena bronca. Y si consultaban, el rapapolvo era por no saber tomar decisiones. Otros, sencillamente, han decidido desde el primer momento no asumir responsabilidades. No sé qué hubiera hecho yo, pero entiendo ambas actitudes.
Pero no ha sido la única en finalizar anticipadamente su jornada. No queda ningún supervisor, ni fisio, ni psicóloga, ni trabajadora social... Nadie. La doctora Carla, de guardia, Aitana en recepción, y un par de enfermeras y un puñado de auxiliares. Y vienen unas horas de muchísimas visitas, que nadie va a supervisar.
Como era de preveer, la recepcionista solo ha podido controlar a un par de familias. Con la puerta abierta, la gente entra como le da la gana. Son buitres al acecho que han visto su oportunidad. Yo la he tenido con una familia que venía con tres menores. Pero solo me ha valido para que me pidan mi nombre para dar una queja sobre mí. No lo entiendo, saben a lo que se exponen. Han firmado compromisos, y conocen las normas. Ponen en peligro a los abuelos, a los trabajadores, a sus propios familiares. Pero les da igual. Hay quien ha traído alimentos y pequeños cotillones para alegrar a sus padres o madres. Hay quien se los ha llevado, sin decir nada a nadie, a dar una vuelta o a tomar algo a una terracita. Aitana, en recepción, ha estado al borde del llanto un par de veces de pura impotencia. Carla, la doctora, parece que transmite más poder, y algunos le hacen caso... hasta que se va. No puede estar controlando a la gente. No está para éso. Parece que la directora no le coge el teléfono. Los auxiliares solo vemos entorpecida nuestra rutina, cuando no se nos cuestiona cualquier merma física o mental de los residentes. "Es vuestra culpa", como si los meses de confinamiento y aislamiento, y sus secuelas, fueran cosa nuestra.
Con el paso de las horas disminuye el flujo de familias, y todo parece recuperar una relativa normalidad. A las 21 dejamos a los abuelos cenados y acostados, y nos vamos despidiendo, deseándonos feliz noche y esas cosas. Como la puerta está averiada, cada cual se ha ido cuando ha creído oportuno, sin necesidad de avisar. Fichan, saludan a quien esté, y hasta mañana. La doctora y la chica de recepción salen a la par que yo, dejando una enfermera de guardia en su lugar de trabajo por si alguien apareciera o llamara a última hora.
25 de Diciembre de 2020
Cuando entro, de tarde de nuevo, mis compañeras me sueltan la bomba. Nadie avisó, advirtió, ordenó al turno de noche que acudieran antes (como se ha hecho otros años). Es decir, a las 21 nos fuimos las de tarde, y hasta las 22 no llegaron las de la noche. La verdad es que cuando salí no me fijé en cuanta gente había llegado ya o no. Al no haber control en el acceso, no se oía la llamada que indicaba que alguien entraba a trabajar. Y existen tres puntos de acceso al interior del edificio, que los empleados usan indistintamente, por lo que no reparamos en que no había llegado el relevo. La residencia quedó al cargo de una enfermera durante una hora. Unos 150 ancianos. En teoría dormidos, éso sí. Y con la puerta abierta al mundo. Poco nos pasa con esta gestión.
Y no es todo. El 31 trabajo de tarde. Me han dado permiso para irme antes. Pero al turno de noche nadie le ha dicho aún que alteren su horario. ¿Qué vamos a hacer?
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