sábado, 24 de octubre de 2020

1/10/2020: Los otros afectados (I)

 1 de Octubre de 2020


La ambulancia se acaba de llevar a Marisa al hospital. Allí le espera un equipo médico y su familia. Se ha ido muy asustada. No es para menos. Le van a cortar un pie. 

Marisa es diabética, y la cosa ya estaba algo delicada antes del confinamiento. Iba casi todas las semanas a que le hicieran pruebas, revisiones, cambios de medicación para controlar las heridas o la infección... Pero iba aguantando como una campeona. Casi tres años llevaba "dando paseos", como le gusta decir, "con la morcilla colgada", que no era sino su dedo gordo del pie izquierdo, rojo e hinchado, el que tantos quebraderos de cabeza le estaba dando, pero que nada parecía indicar que no pudiera resistir. Entonces los hospitales comenzaron a aplazar las citas médicas no vitales. Al principio a ella no le afectó. Luego le aplazaron una, solo para una semanita después. Después otra. Y llegó el día en que no hubo fecha para que le viera el especialista. Cuando los dolores y la hinchazón alcanzaron un nivel preocupante, ya ningún hospital recibía ancianos de las residencias. Resistió con los doctores y enfermeras luchando a su lado con lo poco que había. Una mañana, meses después, una operadora llamó para informarla del día y hora en que sería recibida, y los protocolos de seguridad. Su morcilla ya era un apéndice negro y maloliente que no auguraba un buen futuro, la fiebre se había extendido provocando delirios ocasionales, sanar su dedo ya no era la prioridad. En el hospital trataron de recuperar el tiempo perdido con medicamentos más fuertes, un seguimiento más cercano, más citas. Pero la esperanza duró poco. Y allí va, llorosa y temblando, hacia una amputación que ni es seguro le sirva a estas alturas para salvar la vida.

José Antonio empezó a necesitar ir a orinar justo antes del confinamiento. Era muy mayor, y lo achacó a la edad. No dijo nada a los médicos. Tampoco cuando empezó a notar que olía fuerte. Se preocupó cuando apareció la sangre, aunque sabía que no le llevarían al hospital, y tampoco lo comentó hasta bastantes días después, cuando le invadió la fiebre tras un insoportable dolor de espalda. Tras descartar, presuntamente ante la ausencia de tests, el virus que nos atemorizaba, comenzaron a tratarle con los antibióticos que había. Aunque ayudaron, no eran los adecuados. Su torrente sanguíneo repartió lenta pero inexorablemente el veneno por todo su cuerpo. El diagnóstico, como casi todos los que fallecieron en esos meses, fue "posible COVID". Pero a José Antonio se lo llevó una infección de orina. Y no poder ir al hospital.

Juana tenía dificultades respiratorias. No eran pocas las veces que precisaba atención hospitalaria, respiradores, máquinas que le succionaran toda esa mucosidad que se le acumulaba en las vías. Su familia la dejó en la residencia porque muchas habitaciones tenían tomas de oxígeno, porque el centro estaba medicalizado. Era lo que vendían siempre, tranquilizaban a las familias con cuentos de princesas y sueños que se convirtieron en humo. Y en realidad esas tomas existían. Y estábamos preparados para ser medicalizados. Pero nunca tuvimos respiradores, ni, en realidad, ningún otro tipo de máquina. Total, el hospital estaba tan sólo a 10 minutos, y las ambulancias llegaban enseguida. Pero cuando dejaron de venir, la realidad nos golpeó en forma de dependencia total de las instalaciones hospitalarias. Juana se ahogó en sus propios mocos. Sucio. Agónico.

Piedad tiene cáncer. No le preocupa demasiado, sabe que a su edad éste avanza mucho más lentamente que si le hubiera cogido más joven. Y ha decidido desnudarse y ofrecerse en cuerpo y alma a la parca. Llegue cuando llegue. Sus citas se interrumpieron, como las de todo el mundo, entre marzo y junio. Cuando las retomó, iban unidas a un desagradable compañero: diez días de confinamiento en la habitación tras cada salida del centro por seguridad. Llevaba casi tres meses entre cuatro paredes, sin ver más que a los trabajadores de la residencia vestidos como si se enfrentaran al ébola, y ocasionalmente a su familia por videollamada. Estaban preparándola para una terapia agresiva, las citas médicas eran semanales, o, a lo sumo quincenales. No acababa de terminar una "cuarentena" y le tocaba médico de nuevo. Y volvía a su celda, a no salir a pasear por las zonas ajardinadas, a que no se la permitiera la visita semanal de la familia, a no compartir terapias ocupacionales con los demás abuelos. Debía quedarse encerrada en su habitación, mientras su hermana, que aún vivía en su domicilio, le comentaba que ella iba al médico y continuaba con su vida normal. Se lo dijo a la familia. Nos lo comunicó al centro. No volvería a su tratamiento. "¡Pero Piedad, es por tí, es duro, pero no hay que perder la esperanza, hay que vencer al cáncer!¿No quieres volver a ver a tu familia?¿No quieres seguir viva?". Ella respondió "Por eso lo hago. Sí quiero volver a ver a mi familia. ¿Y acaso crees que ésto es vida?"


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