15 de Abril de 2020
Ha fallecido Lorenzo, un caballero de los pies a la cabeza. A sus 89 añazos, iba trajeado como un dandy a todas partes, pañuelo en la solapa, y no le faltaba una palabra amable o un saludo para nadie. Andaba erguido, y aparentaba al menos una década menos de su edad. Estamos casi seguros que ha sido COVID, pero seguimos sin tests. Sensación de ahogo y tos, cansancio extremo, y una fiebre muy alta. Se inicia el protocolo, y se llama a la familia y a la funeraria. Antes, en un par de horas tenías aquí el furgón, nos daban el sudario, y se habilitaba el tanatorio hasta que llegaran los seres queridos a cumplimentar la documentación, y llevar el cuerpo al centro que hubieran elegido, ya fuera el tanatorio de algún cementerio, un hospital por donación del finado, o donde fuera... Ahora, y si hay sintomatología compatible, se llevan el cuerpo a incinerar directamente, y la familia sólo recibe las cenizas sin poder velarlo, sin haber siquiera visto el cadáver. Es una pena, no quiero imaginar lo que pasara por la cabeza de esa gente, que dejó aquí a sus padres, hermanos, abuelos... sin saber que no iba a volver a cruzar jamás sus miradas con ellos.
Ayer también tuvimos que llamar a la familia de Encarna. 82 años, emprendedora, 5 idiomas, una belleza juvenil envidiable, y una demencia senil que empañó los últimos días de una vida brillante. Para, además, acabar lejos de los suyos, consumida por la fiebre y el ahogo. Sus hijos venían a verla todas las semanas, y se respiraba amor en cada encuentro. Lloraron mucho al otro lado de la línea telefónica. Aún está en el tanatorio. Solo tenemos uno, nunca había hecho falta más espacio. No han venido los del furgón. Por lo visto están hasta arriba. Han prometido que de esta mañana no pasa. El cuerpo de Lorenzo se quedará en la habitación un par de horas.
Comunicamos la triste noticia a la Guardia Civil. Ya desde hace días tenemos orden de hacerlo cada vez que perdemos a alguien por causa de la pandemia. Nos preguntan que si han retirado la mujer fallecida ayer. Por un lado sorprende el control de los decesos que tienen (impensable hace unas semanas), y por otra parte, la naturaleza de la propia cuestión. Ante la respuesta negativa, nos instan a llamar de nuevo a la funeraria, y nos piden su número para insistir ellos. Curiosa efectividad. Cumpliendo la sugerencia, nos ponemos en contacto con la empresa de decesos. Habían prometido venir en el transcurso de la mañana, y ya ha pasado de largo el mediodía. Dicen estar hasta arriba, pero que antes de las 19 horas seguro... Lorenzo pasará más tiempo del que querríamos en su habitación.
Pasadas las 21 horas la propia Julia, la directora, y ante la ineficacia de las llamadas de Aitana, la recepcionista, y Carmen, la subdirectora, se pone en contacto con la empresa, previo aviso a la Guardia Civil. Tenemos dos cuerpos, posiblemente contagiados, no abandonados sino no recogidos por la empresa competente, sin lugar destinado a su almacenaje, y quiere que quede constancia que estamos haciendo todo lo posible por solucionar el problema. Los agentes comentan que se están viendo con ese problema en algún otro centro, pero que no nos preocupemos, que se suele solcionar al día siguiente. Los de la funeraria dicen que funcionan 24 horas, que aunque sea necesario, pasarán de madrugada.
16 de Abril de 2020
No ha venido nadie.
Las chicas de la limpieza dicen que la habitación de Lorenzo ya huele muy mal. No quiero ni pensar lo que será entrar al tanatorio, donde Encarna comienza su segundo día.
La Guardia Civil vuelve a llamar. Entramos en bucle, y se repite la conversación: "llamad, insistid, nosotros presionaremos, no os preocupéis". La funeraria promete acudir esa mañana, y luego antes de las 17 horas, para pasar a las 22, e insistir que de madrugada, que por favor dieramos aviso al turno de noche.
17 de Abril de 2020
Marimar era un encanto. Siempre tenía caramelos para los trabajadores de la residencia, invitaba a café a las chicas de la recepción, nos hacía flores de papel... Su nieto vivía en el mismo pueblo, y venía a verla casi todos los días. Sus hijos, al menos una vez a la semana. Su marido, Rafael, también era residente. Ni la familia ni ella quisieron separar el matrimonio cuando la cabeza de él empezó a fallar. Era su guía, su compañera, su cuidadora, su enfermera. Era una trabajadora más, pero dedicada en exclusiva a Rafael. Apenas teníamos que hacer nada por él. Se les permitió continuar juntos durante el confinamiento, en una habitación doble. Y juntos enfermaron. Hoy ha fallecido Marimar, susurrando desesperada y entre lágrimas, como todos y cada uno de los últimos días, "¿quién va a cuidar ahora de mi Rafita?".
Llamamos a la familia. Y Julia a la funeraria y a la Guardia Civil, aparte del aviso, les recuerda que ya es el tercer cuerpo, y que no estamos preparados, ni tenemos instalaciones, ni cámaras de frío para los mismos. Les habla del peligro para la propia salubridad del centro, del foco de contagio, de los olores, de no sé cuantas cosas desagradables que potencialmente podrían ocurrir... Los agentes ya muestran un grado alto de irritabilidad ante el abandono por parte de la funeraria. Éstos, a su vez, prometen venir antes de las 15...
No sé si será que ya era nuestro turno o que la autoridad les puso firmes. Pero al fin han venido. No ha sido a las 15, sino a las 17, pero ya podemos sacar a Encarna del tanatorio, desinfectarlo, y bajar a Lorenzo. Y si cumplen lo que prometen, hasta quizás también vuelvan por él, y podremos llevar a Marimar donde le corresponde. Julia ordenó llevarse a Rafael a otra habitación cuando contempló a primera hora la posibilidad que tampoco fueran a venir por su mujer. Pero en tanto se decidió y se preparó el traslado, ese hombre convivió al menos un par de horas o tres con un cadáver. Hubieran podido ser muchas más. Menos mal que no se entera de casi nada de lo que pasa a su alrededor.
Los de la funeraria tienen un aspecto desastroso. No suelen ser precisamente gentlemen, imagino que es un trabajo que precisa una madera especial. Cínicos, acostumbrados al dolor, imperturbables, parecen una panda de cobradores de morosos hasta que se cuadran frente a los familiares. Saben saber estar. Pero esta vez parecía que hubieran corrido una maratón o algo equivalente. Sin afeitar, las chaquetas ya ni se molestaban en ponérselas, camisa por fuera... Les pedimos sudarios para los otros dos cuerpos, y no nos los pueden dar... porque no tienen más... Reconocen estar agotados. "¿Recordáis el 11-M? Cuando los atentados de los trenes... No había medios para trasladar los heridos, la gente se volcó, coches privados, taxis, donaciones de sangre... Aún así algún hospital tuvo problemas para coger pacientes... Las funerarias pudimos acoger entre todas los cuerpos, había sitio en las cámaras, los tanatorios... Pero se tardaron días en volver a la normalidad, pese a que todos nos apoyábamos a todos..."
"Ahora estamos viviendo éso todos los días. Por todas partes muertos. Hospitales, residencias, casas. No damos abasto. Todas las empresas no tenemos personal ni medios para cubrir todas las llamadas. Los papeleos, las incineraciones, los protocolos... Y éso un día, tras otro, tras otro... Es un 11-M todos los días"
No nos habíamos metido en su pellejo. Cegados y aislados en nuestro drama, a veces no reparamos en las batallas que libran otros. Comencé a sentir un cierto grado de empatía por ese par de personas, agotadas de llevar cadáveres de un lado para otro, y sin ver fin a la montaña de cuerpos diseminados por toda la Comunidad de Madrid.
18 de Abril de 2020
Cuando he entrado de turno, ya no estaba tampoco Lorenzo. Han venido de madrugada por él. Y antes del mediodía vienen por Marimar. Ya nadie mete prisas a los de la funeraria, que parecen llevar la misma ropa hace días.
Julia hasta les sonríe. Y les desea suerte.
9 de Octubre de 2020
Rafael sigue con nosotros. A veces menciona a su Marimar. Su familia sigue viniendo a verle, pero no está tan bien cuidado como antes. Algunos trabajadores, que teníamos especial cariño por la pareja, le mimamos un poco cuando podemos.
Nuestro centro no tuvo una mortalidad alta. Apenas perdimos unas 50 personas. Se dice pronto, a mi me parece una barbaridad, pero parece ser que no fuimos de las residencias más castigadas.
Y pese a ello se nos amontonaron los cuerpos.
Cuesta pensar cómo lo pasaron en otros centros más castigados.
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