29 de Mayo de 2020
A Matilde la sacaron sus hijos de otra residencia (nunca nos dijeron cual), por la más que deficiente atención que recibía su madre. Inválida por simple cese de actividad, se limitaba a moverse de la cama a la silla de ruedas, y con ésta deambulaba por el mundo. Era tremendamente golosa, apenas probaba bocado en las comidas, para luego devorar a escondidas tabletas de chocolate que le compraban auxiliares debidamente sobornados, lo que le provocaba contínuas diarreas. Un día que un familiar la visitó, coincidió con que la mujer había tenido una de sus pérdidas, y se la encontraron en su cama, cubierta de suciedad hasta el cuello. Tras ser avisadas, un par de empleadas se apresuraron a limpiarla, dejando al descubierto escaras en el sacro, tobillo, nalgas y cadera derecha (ésta última, contaba Luz, llegaba hasta el hueso). Parece ser que era habitual este tipo de escenas escatológicas, pero nadie había informado a los hijos de ello, ni de la mala alimentación que llevaba Matilde. Se la llevaron a casa de una de ellos, divorciada y con un hijo mayor que podría echarle una mano. El juicio contra el otro centro creo que aún anda dando vueltas en algún limbo administrativo de recursos, impugnaciones o yo qué sé que terminología legal...
Luz (Luz Marina en realidad) es una auxiliar de la residencia, muy buena profesional y personalmente, que llevará unos 5 años con nosotros y que, como muchas otras, no llega a fin de mes con lo que cobramos. Algunas ejercen en otras instituciones, llegando a un salario digno gracias a tener dos trabajos. Otras echan horas en "B" limpiando en hogares, o cuidando niños o ancianos a domicilio. Así conoció Luz a Matilde. Al principio se limitaba 4 horas al día a hacerla compañía, charlar, tratar de obligarla a comer cualquier cosa que no fuera dulce (aunque recibiera alguna onza de premio al final), y limpiar y cuidar las heridas. El tratamiento no era complicado, lavado con agua y jabón, secado con mimo, polvos de talco y una pomada cicatrizante que le había recetado su geriatra. En algo más de un año era una más de la familia. Venció a las escaras y (quién haya tratado alguna vez con ellas reconocerá lo complicado de ésto) logró que se cerraran. Matilde comía ya casi siempre sóla, y Luz era invitada no pocas veces a compartir mesa con la familia en sus días de libranza. Comenzó a sacarla a pasear en su silla, a bañarla de luz de sol, a que viera ese pequeño trozo de mundo que la rodeaba.
Un día propuso traerla al Centro de Día. La familia no quería saber nada de residencias, pero les explicó que ella misma, o alguien de su confianza, estarían siempre con Matilde. Conocería a más gente, recibiría tratamiento cognitivo-sensorial adecuado, talleres de memoria, celebraciones de cumpleaños incluso... Y volvería a casa todos los días. Y si no estaba agusto, o un día no tenía ganas, no era obligatorio que fuera. Se integró enseguida, hizo amigos, bailó en su silla de ruedas, fue feliz. Tenía 97 años y parecía una niña cargada de ilusión dispuesta a volver al colegio a jugar.
En marzo la residencia se blindó del exterior. No podían venir visitas. No se admitían residentes nuevos (salvo los que impuso la Comunidad de Madrid). Y se cerró el Centro de Día. Aproximadamente un mes después, le pidieron a Luz que volviera a hacer compañía a Matilde en su casa. Había caído en picado sin su nueva rutina fuera de esas cuatro paredes, sin sus nuevas actividades, sin las charlas y cuidados de su gran amiga... Había perdido mucho peso, y ya casi ni quería levantarse de la cama. Su hija teletrabajaba, y el nieto recibía clases on-line. Las compras se las llevaban a casa, y no había mascota que sacar a pasear. Era una burbuja a la que le invitaban a entrar (y romper). Advirtió que en la residencia sí había casos, muchos. Tenía mucho miedo de llevar el virus a su domicilio. Pero ellos se fiaban de sus precauciones, e insistieron. Mucho. Y ella necesitaba el dinero.
Luz se contagió a finales de Abril. Ha estado menos de un mes de baja, tras unos días de algo de fiebre y ahogos, pero que no requirieron de ingreso hospitalario. La hija de Matilde ni se enteró, y su hijo solo estuvo unos días agotado como si hubiera corrido una maratón.
Hoy han venido los dos, preguntando por Luz. Ha salido a verles (aún no dejamos entrar a nadie) con lágrimas corriendo por sus mejillas. No puedo criticar que se hayan saltado todos los protocolos y se hayan dado un abrazo que ha durado minutos. Luz ha entrado con un ramo de flores y una cajita de bombones. Sollozando sin consuelo nos ha dicho que ha sido por devolver a la vida a su madre..., y que le habían invitado el próximo domingo a una pequeña misa familiar por el alma de Matilde.
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